Del poder de la memoria olfativa sabemos todos. Somos capaces de recordar perfumes de nuestra infancia y de reconocer un aroma similar a otro percibido hace años. Pues bien, esto se puede utilizar como herramienta de marketing.
El Marketing olfativo es una técnica que se basa en el empleo de aromas que conectan directamente con nuestro cerebro y generan impulsos asociándolos a nuestros recuerdos y emociones.
Lo que nos preguntamos es: ¿Cómo funciona nuestro cerebro cuando percibimos un determinado olor? ¿Por qué la conexión entre memoria y sensación es inmediata? Porque los receptores olfativos son los más cercanos de entre todos los receptores sensoriales al sistema límbico (nuestro generador de emociones) y al neocórtex (lugar donde se modifican nuestros pensamientos conscientes y activan nuestra memoria).
No es difícil situar en nuestra memoria el aroma tan característico de determinadas tiendas de ropa, de prendas de algodón recién lavadas, o el olor a “nuevo” de un coche y el avejentado aroma de un antiguo libro olvidado en un cajón.
Madera vieja, sándalo, patchouli, un poco de humedad, de incienso, la visita a una catedral. El olor a tierra mojada tras un chaparrón de verano, el salitre del mar en un puerto pesquero. Todos disparan recuerdos de forma casi automática en nuestros cerebros aunque no todos lo percibamos de la misma forma. Aunque fuese una sola vez y haga muchos años de aquello.
Existen gustos universales, muy sencillos, como que el pino o los cítricos se asocian a la limpieza. Pero el gusto por otros olores no es universal y encontramos diferencias culturales. En un mundo que tiende a la globalización en cuestiones culturales y de consumo, esas diferencias no pueden ser obviadas a la hora de comunicar.
Así que llegamos a preguntarnos: ¿Podríamos confeccionar perfumes diferentes para diferentes marcas y que gustasen a todo el mundo y en todo el mundo? El reto se nos presenta tan exigente como apasionante.